Tú, ávido cerezo creciendo hacia el fuego, ni las raíces profundas detienen tu paso o las hojas cálidas de luz refrescan tu encorvado tronco, no hay pájaro que se pose o brisa que te meza. Olvida la grama que te aleja de la sombra que generas, arde en el horizonte que la brevedad sera tu certeza.
La tarde devoro el día, como las nubes engulleron el cielo que tarde o temprano sucumbió ante la lluvia, aunque esta no fue suficiente para que soliviantara el caer del cerezo. Los curiosos animales se reunían, devoraban la grama, ignorantes del zarzal que no pudo florecer del cerezo.
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