El rostro enjuto precede la marcha de las palabras, que como la fortuna, se labran en silencio.
Te veo fijamente aún cuando tu ries y te deleitas sin saber lo que siento.
Y danza mi sangre como tu lo hiciste otrora, reflejando la vida como la siguiente aurora.
Obnubilante y celera, tu estela, mis ojos envuelve en una absurda ceguera.
Tu diáfano ser, en mí, el solaz de la esperanza engendra.
Tan alto y constante que tu acimut es para mí lo naciente de lo etéreo.
Y el esperar que en ti pueda encontrarme, será lo subrepticio de mi último aliento.
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